Es fácil reconocer en vos los cromosomas del éxito, pero conmigo se da una rara paradoja: Pienso para mí, ¡bah! si el oficio de Dios es perdonar. Y me coloco mi virgo de descarne. O sea, si sobrevivo, ya no soy ni un cordero. Y así me veo, más de una vez, amargado como el culo de un pepino, envidiando el quilombete que vos estelarizás. No quisiera que sufrieras mi pasión ni por una sola noche.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario