28.9.09
Ella siempre sufrió de miedo, desde chiquita. Pero no era miedo a temores de nenes, a monstruos de películas, a bichitos raros, . Era miedo a los sentimientos tristes en los demás: a ver sufrir, al abandono, a la desconfianza, a la soledad.
Por eso siempre se preocupó por la gente que la rodeaba, por no verlos mal, y con pequeños detalles intentaba sacarles sonrisas. Creía que así, su mundo quedaría repleto sólo de cosas lindas.
Sin embargo, como muchas veces nos pasa, veía que no alcanzaba, que a nadie nada le era suficiente. Se desganaba, pero cada tanto retomaba riendas y una y otra vez seguía incanzablemente queriendo hacer ver a los demás que nada es tan malo, que lo hermoso es infinito si se sabe disfrutar. Y nada.
El tiempo pasó, la vida le pegó a su corazón más de una vez y muy seguido, e hizo que se le retraiga marchitándolo. Ahora ella es la misma, en el fondo sigue creyendo que su lucha es posible, y que los traspiés no van a cesar. Pero está tan! cansada, demasiadas desiluciones para una buena intención!; Para alguien que siente todo tan fuerte y tan propio. Se renueva de esperanza y siente no poder más con la misma rapidez con la que encendemos y apagamos la luz.
Y ahí está, flotando entre sus sentimientos y su pasado, entre la confianza y el miedo, entre las ganas y la ignorancia.
Miremos más, colaboremos más, menos egoísmo, más ayuda, em-pa-tí-a.
Nadie puede querer que ella pierda su pureza!, yo no quiero.
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